El recuerdo de un suceso vivido en primera persona hace referencia a la memoria autobiográfica. Así, cuando a un testigo le pedimos que nos relate qué le sucedió en un momento y lugar determinado, para cumplir la tarea deberá acceder a sus recuerdos autobiográficos.
Definir la memoria autobiográfica no es fácil. La mayoría de los autores consideran que las memorias autobiográficas forman parte de la memoria episódica (Conway, Rubin, Spinnler y Wagenaar, 1992), que como vimos anteriormente, se define por el contexto espacial y temporal que la acompaña, y se diferencia de la “memoria” semántica o de conocimientos que carece de este contexto (Tulving, 1983). Según Brewer (1986) la principal característica que define las memorias autobiográficas es el contexto personal que las acompaña. Dependiendo del grado de referencia personal, Brewer distingue entre: a) memorias personales que consisten en una representación de un hecho único e irrepetible basado en imágenes; b) hechos autobiográficos que son formalmente idénticos a las memorias personales pero que no se basan en imágenes; y c) memorias personales genéricas que difieren de las anteriores en que representan de forma más abstracta hechos repetitivos o series de hechos parecidos.
A este respecto, Larsen (1992) clasifica la memoria dependiendo del tipo de contexto asociado en: memoria autobiográfica, memoria narrativa, hechos autobiográficos y conocimiento del mundo (ver tabla 2).
Hecho Central | Forma Supraordinada | ||
Contexto | Personal | No personal | |
Contexto personal | Memoria Autobiográfica | Memoria Narrativa | Memoria Episódica |
Descontextualizada | Hechos Autobiográficos | Conocimiento del Mundo | Memoria Semántica |
Tabla 1. Taxonomía de la memoria dependiendo de la contextualización-centralidad (adaptado de Larsen, 1992)
Características de los recuerdos autobiográficos
Johnson (1983) ha propuesto algunas características diferenciales de las memorias autobiográficas en el modelo de memoria que denomina Sistema de Memoria Modular de Entrada Múltiple (MEM). El modelo MEM propone que el sistema de memoria como un todo implica un conjunto de subsistemas separados: sensorial, perceptivo y reflexivo. El subsistema de memoria sensorial contiene información sobre aspectos elementales de la percepción como luminosidad de los objetos, dirección del movimiento, tamaño, etc, y sería la base de algunas habilidades motoras (memoria procedimental). El subsistema perceptivo representa información perceptiva de alto nivel como la experiencia consciente de un conjunto de objetos. El subsistema reflexivo representa información sobre hechos generados internamente como pensamientos, imaginaciones, planes, etc. Todas las huellas de memoria se encuentran representadas en los tres subsistemas, pero la extensión de la representación de una huella en un subsistema único varia con la naturaleza del hecho que originó la huella de memoria. De esta forma, según el modelo MEM podríamos distinguir los recuerdos autobiográficos (de origen externo) de otros tipos de recuerdos con un origen interno (imaginaciones, sueños...) mediante los atributos característicos que presentan (Crawley y Eacott, 2006; Johnson, Hashtroudi y Lindsay, 1993; Johnson y Raye, 1981; Manzanero, 2004). Johnson y Raye proponen que las memorias con un origen en la experiencia contendrán más detalles sensoriales y contextuales y más información semántica, mientras que las memorias con un origen interno (autogeneradas) contendrán más alusiones a procesos cognitivos. Mediante procesos de razonamiento se compararán los atributos característicos de cada tipo de memoria con los de las huellas objeto de recuperación, y con otras huellas relacionadas y con los conocimientos sobre el funcionamiento de la memoria. Desde los primeros estudios a finales de los ochenta (Johnson et al., 1988; Johnson y Suengas, 1989, Suengas y Johnson, 1989) hasta hoy (Crawley y Eacott, 2006; Manzanero, 2006) se han ido definiendo los atributos característicos de los recuerdos dependiendo de su origen (ver capítulo 4).
El estudio de la memoria autobiográfica
Una de las primeras técnicas utilizadas para investigar la memoria autobiográfica fue la técnica de Galton (1883), consistente en presentar a los sujetos una palabra estímulo y pedirles que recuerden algún suceso personal asociado con ella. Posteriormente se les pide que describan el suceso y lo sitúen en el tiempo, valorando características como el grado de detalle y la vividez con que lo recuerdan.
Esta técnica volvió a utilizarse a partir de los años setenta (por ejemplo, Robinson, 1976) cuando se retomaron los estudios sobre los procesos de memoria que se habían dejado de lado en las décadas anteriores. Sin embargo, esta técnica presenta algunas limitaciones como la falta de control o la dificultad que existe al tratar de verificar los recuerdos autobiográficos. Por este motivo, para estudiar la memoria autobiográfica se han utilizado además otras técnicas que resuelven estás dificultades, como las técnicas de recuperación dirigida (Baddeley, 1992) o la confección de diarios (Linton, 1975) constituyen las alternativas a la técnica de Galton. La técnica de diarios aunque es la más costosa es la que más interés han despertado (Brewer, 1988; Burt, Kemp y Conway, 2003; Wagenaar, 1986, 1992).
Linton (1975) realizó uno de los primeros estudios con diarios, siendo ella misma sujeto de sus experimentos. Apuntó diariamente dos sucesos de forma detallada en una serie de tarjetas que más tarde utilizó para evaluar su capacidad de recordar hechos autobiográficos. Uno de los resultados más interesantes de este estudio fue que los hechos desagradables se olvidaban más rápidamente que los agradables. Encontró también que si repasaba de vez en cuando algunas tarjetas al azar, el olvido de los hechos que describían era menor, lo que mostraba que las memorias autobiográficas son sensibles al reaprendizaje y el repaso. El estudio de Linton (1975) fue de gran interés, sin embargo tenía algunos problemas metodológicos. Sólo anotaba en el diario aquellos hechos que consideraba dignos de destacar cada día, y se basaba en un único sujeto. Brewer (1988) solucionó este problema utilizando más sujetos que grababan lo que les estaba sucediendo a intervalos temporales aleatorios marcados por un avisador (busca-personas). Cuando sonaba el avisador, los sujetos grababan lo que hacían en ese momento, con qué regularidad lo hacían, su importancia, qué pretendían con ello y su estado emocional en ese instante. Días o semanas después se les pedía que recordaran qué habían hecho proporcionándoles indicios específicos como tiempo, lugar, etc.
Wagenaar (1986, 1992) realizó uno de los estudios más completos con diarios siendo él mismo sujeto de sus investigaciones. Wagenaar (1986) comenzó el estudio cuando tenía 37 años y lo finalizó con 43, apuntando cada día uno o dos sucesos, cuidando de señalar quién estaba implicado en el suceso, qué ocurrió, dónde y cuándo tuvo lugar. Además, evaluó en cada hecho su importancia, frecuencia, el grado de implicación emocional y la agradabilidad de su implicación. Durante el estudio apuntó un total de 2.400 sucesos. Posteriormente, trató de recordar los sucesos con un intervalo de retención de al menos 12 meses facilitándose parte de la información como ayuda al recuerdo. El orden de qué, quién, dónde y cuándo fue aleatorio para comparar la importancia de estos cuatro aspectos y manipuló el número de indicios que utilizaba como ayuda para recordar. Los resultados alcanzados mostraron que los indicios más importantes fueron la información sobre quién, qué y dónde que ofrecieron aproximadamente la misma ayuda, mientras que la información sobre cuándo era una ayuda pobre. Este resultado sugiere que aunque la información temporal se almacena, no es una buena vía de acceso a los recuerdos autobiográficos. No obstante, cuando se combinaba esta información con cualquiera de los restantes indicios se encontraron las mejores ayudas a la recuperación. Respecto a las características de los sucesos encontró que los hechos inusuales o importantes y los que le implicaban emocionalmente eran los mejor aprendidos y cuyo olvido era menor. El efecto de la agradabilidad de los sucesos fue más complicado ya que los sucesos desagradables eran peor recordados, aunque sólo tras intervalos cortos de tiempo, no encontrando diferencias con intervalos grandes de tiempo (más de cuatro años).
Emoción y memoria autobiográfica
La emoción juega un papel muy importante en la memoria en general (ver capítulo 5) y en la memoria autobiográfica en particular. Barclay y Smith (1992) han propuesto un modelo de memoria autobiográfica en el que consideran que el afecto y la emoción son las características más importantes de este tipo de memorias que constituyen la cultura personal del sujeto como una relación de la persona con su entorno social. Wagenaar (1986) encontró en el estudio que realizó mediante la técnica de diarios que el recuerdo autobiográfico estaba relacionado con la saliencia de los sucesos, la agradabilidad y el nivel de implicación emocional. Rubin y Berntsen (2003), por su parte, encontraron en un estudio con sujetos entre 20 y 94 años que en general se recordaban mejor los sucesos positivos que los negativos, siendo mayor la confianza en la exactitud de sus memorias para fechar los sucesos positivos, resultados que explican por un factor cultural que premiaría los sucesos agradables.
Así, en relación con la emoción se han señalado varios aspectos que estarían influyendo en los recuerdos autobiográficos: el autoconcepto del sujeto, factores motivacionales y la perspectiva con que son recordados (Alonso-Quecuty, 1992a). Tanto es así, que la accesibilidad de los recuerdos autobiográficos depende en muchas ocasiones del estado emocional. Este fenómeno se conoce con el nombre de memorias dependientes de estado (Bower, 1981, 1987), que se muestra sobretodo cuando la información está relacionada con el sujeto (Eich, Macaulay y Ryan, 1994), como vimos en el capítulo 5.
No obstante, como muestran Talarico, LaBar y Rubin (2004), no es tan importante la valencia emocional (agradable/desagradable) como la intensidad (alta/baja), la que define las características de las memorias autobiográficas. Por regla general, los hechos autobiográficos con una implicación emocional importante se recuerdan más detalladamente que los hechos rutinarios con baja implicación emocional.
En esta dirección, se ha demostrado que la mayor implicación de los sujetos en los hechos presenciados produce memorias más concretas y organizadas, al tiempo que también más autobiográficas, aunque este efecto no se mantiene a lo largo del tiempo ya que desaparece con una semana de demora (Manzanero y Farias-Pajak, en prensa).
Memorias traumáticas
En el extremo de las emociones nos encontramos con las memorias traumáticas sobre sucesos que generan intenso miedo e incluso terror, en las que la persona puede llegar a ver peligrar su integridad física. Se ha generado una fuerte polémica acerca de las características de este tipo de memorias. Así, algunos estudios muestran que las memorias traumáticas tienen características diferentes a las memorias sobre otros hechos autobiográficos. Por un lado, se ha establecido que estas memorias se caracterizan por su poca exactitud para los detalles irrelevantes y una memoria clara y exacta para los detalles centrales del suceso (Christianson, 1992; Loftus, Loftus y Messo, 1987).
En contra, algunos autores afirman que los recuerdos traumáticos se presentan fragmentados, asociados a sensaciones intensas (olorosas, auditivas, táctiles…), y muy visuales, aunque suelen resultar difíciles de expresar de forma narrativa (Van der Kolk, 1996; 1997; Herman, 1992).
Otros investigadores, aun encontrando diferencias entre las memorias traumáticas y las no-traumáticas, afirman que las primeras no son tan “especiales” (Shobe y Kihlstrom, 1997). Así, por ejemplo, Porter y Birt (2001) en un estudio con 306 sujetos encuentran que las memorias traumáticas difieren de las normales fenomenológicamente (en la perspectiva de recuperación, y las emociones implicadas) y cuantitativamente (en el número de detalles), pero no parecen presentarse de forma fragmentada ni ser más vívidas ni coherentes.
Incluso algunos van aún más lejos y afirman que las memorias traumáticas se recuerdan mejor que las memorias normales, más vívida y coherentemente (Yuille y Cutshall, 1986; Terr, 1983; Wagenaar y Groeneweg, 1990).
En el lado opuesto, se ha relacionado las memorias traumáticas con la amnesia por estrés post-traumático, de modo que algunos investigadores, fundamentalmente desde posiciones clínicas, afirman que parte de las víctimas de un suceso traumático pueden no recordar nada del suceso durante un periodo de tiempo (Van der Kolk y Fisler, 1995).
Sin embargo, los estudios experimentales sobre el funcionamiento de la memoria argumentan en contra de estas amnesias (ver por ejemplo, Loftus, 1993). En el estudio mencionado antes, Porter y Birt (2001) encuentran que las memorias traumáticas (sobre agresiones sexuales y fisicas) tienden a recordarse con mayor frecuencia que otras memorias autobiográficas, y en los pocos casos en los que encuentran que este tipo de sucesos se han olvidado (4.6% del total) se debe más a un intento deliberado de no recordar que a una memoria reprimida o disociada (sobre memorias reprimidas y recuperadas ver el capítulo 10).
En una reciente investigación (Manzanero y López, 2007) donde se evaluaron las características fenomenológicas de recuerdos traumáticos (sobre fallecimientos, agresiones, separaciones, accidentes, atentados...) y felices (nacimientos, ocio, bodas, trabajo, reencuentros...) mediante el cuestionario de auto-informe CCFRA (Cuestionario sobre Características Fenomenológicas de Recuerdos Autobiográficos) se encontró que ambas memorias difieren sólo en unas pocas características. Por lo que podríamos sumarnos a Shobe y Kihlstrom (1997) cuando afirman que no parecen tan “especiales”. En cualquier caso, las memorias analizadas en este estudio se caracterizaron por contener menos información sensorial, ser más complejas, más difíciles de fechar, con sentimientos asociados más intensos, un mejor recuerdo de pensamientos asociados en el momento de su ocurrencia, más difíciles de expresar verbalmente y con más pensamientos recurrentes sobre lo ocurrido. En contra de Yuille y Cutshall (1986), Terr (1983), y Wagenaar y Groeneweg (1990) no podemos afirmar que fueran más vívidas y coherentes, fragmentadas o sensoriales (Van der Kolk,1996,1997; Herman, 1992) pero tampoco más inaccesibles como sugieren Van der Kolk y Fisler (1995).
Así pues, parece más probable que las memorias traumáticas den lugar a memorias vívidas y no a memorias reprimidas. El problema de los estudios sobre amnesia y memorias traumáticas es que estas situaciones no pueden simularse en laboratorio por problemas éticos. Por ello, los trabajos sobre este tipo de memoria se realizan a posteriori, por ejemplo con víctimas de agresiones sexuales (Van der Kolk y Fisler, 1995) o pacientes que despiertan de la anestesia antes de concluir una intervención quirúrgica (Van der Kolk, Hopper y Osterman, 2001). En los primeros, el suceso es difícilmente controlable desde un punto de vista metodológico o hace referencia a hechos afectados por amnesia infantil (ver capítulo 9) al ocurrir a edades muy tempranas. Mientras que en los segundos, los efectos de la anestesia pueden explicar parte de los resultados. En otras ocasiones (por ejemplo Van der Kolk y Fisler, 1995) los sucesos traumáticos considerados no son comparables a los de sucesos autobiográficos ni por la edad de ocurrencia ni por las características de los mismos, tal y como critican Shobe y Kihlstrom (1997).
Memorias vívidas
Uno de los hechos que más llama la atención respecto a las memorias autobiográficas es que parece que somos capaces de recordar ciertos sucesos como si acabaran de ocurrir, aparentando ser inmunes al deterioro producido por el paso del tiempo. Este tipo de memorias autobiográficas se conocen con el nombre de memorias vívidas (flashbulb memories) y consisten en memorias sobre sucesos altamente impactantes por la repercusión individual y/o social que implican.
Un hecho de este tipo es, por ejemplo, el atentado ocurrido en Madrid el 11 de marzo de 2004, cuyo impacto emocional no deja lugar a duda (Cano, Miguel-Tobal, Iruarrízaga, González y Galea, 2004; Jiménez, Conejero, Rivera y Páez, 2004; Miguel-Tobal, Cano, Iruarrízaga, González y Galea, 2005). Cuando recordamos aquel día y lo que nosotros mismos hicimos antes, durante y después del atentado es muy probable que tengamos la sensación de que aquello se nos ha quedado profundamente grabado y que lo recordamos de forma muy vívida y con todo lujo de detalles.
Sin embargo, es muy probable que ciertos detalles que damos por exactos hayan sido “creados” posteriormente, aunque algunas investigaciones (Peace y Porter, 2004) han mostrado que los hechos traumáticos se recuerdan mejor tres meses después que los que no lo son. Diversos investigadores (por ejemplo, Brown y Kulik, 1977; Pillemer, 1984) que han estudiado la exactitud de este tipo de memorias han mostrado que ciertos detalles sobre lo que uno hizo durante los momentos en que ocurría un suceso de este tipo no son reales. Por ejemplo, uno de los detalles que usualmente se ve modificado con el paso del tiempo es el origen de la información, es decir, dónde y de qué forma nos enteramos por vez primera de aquel suceso.
Neisser y Harsch (1992) estudiaron el recuerdo de sus alumnos sobre la explosión en el aire del trasbordador espacial de la NASA Challenger ocurrido el 28 de enero de 1986 y en donde murieron todos sus tripulantes. Este hecho conmocionó a la opinión pública estadounidense por el hecho de que fue transmitido en directo por televisión y mucha gente lo seguía con interés. Al día siguiente de ocurrido Neisser y Harsch pidieron a sus alumnos, como un ejercicio de clase, que contaran por escrito las circunstancias en que ellos se enteraron de la noticia y sus reacciones a la misma. Pasados tres años volvieron a pedir a esos mismos alumnos que recordaran el suceso. Los relatos mostraron cómo ciertos elementos de las descripciones habían variado, la idea general de lo ocurrido no variaba, pero sí, por ejemplo, cómo se habían enterado de la noticia si por radio o televisión, o se lo habían contado y luego lo habían visto aposteriori en algún informativo. Sin embargo ellos afirmaban que estaban completamente seguros de recordar con total exactitud aquel suceso. A algunos alumnos les fueron mostrados sus relatos escritos el día después al suceso, creyeron que habían sido manipulados imitando su letra, y argumentaron que ellos no habían escrito eso porque no había sucedido así —o al menos así no lo recordaban— y que debían estar siendo objeto de algún tipo de experimento en el que se les engañaba para estudiar su reacción. Una explicación a este fenómeno proviene del hecho de que la explosión del Challenger fue pasada en numerosas ocasiones por televisión, el recuerdo de la primera vez puede fácilmente confundirse con el de las veces posteriores en que el suceso fue visto. Así, parece que ciertos elementos de un suceso emocional pueden ser recordados exactamente, mientras que otros no.
Más recientemente se han realizado numerosos estudios sobre los recuerdos acerca de los atentados terroristas del 11-N en Nueva York (Ferré, 2006; Lee y Brown, 2003; Luminet, Curci, Marsh, Wessel, Constantin, Gencoz y Yoko, 2004; Pezdek, 2003; Schmidt, 2004; Smith, Bibi y Sheard, 2003; Talarico y Rubin, 2007; Tekcan, Ece, Gülgöz y Er, 2003), mostrando interesantes resultados que en esencia confirman los encontrados por Neisser y Harsch (1992). Así, por ejemplo, Schmidt (2004) encontró que los hechos centrales se recuerdan con más consistencia que los periféricos, pero más importante es que los recuerdos sobre este suceso contenían abundantes errores procedentes de una inapropiada reconstrucción de los hechos. Además, los sujetos más afectados emocionalmente mostraron un peor recuerdo y más inconsistencias respecto a los detalles periféricos que los sujetos menos afectados. Un estudio similar fue realizado por Ferré (2006) sobre los recuerdos del mismo suceso con sujetos españoles, a los que se les preguntó dos semanas y ocho meses después de los atentados, pero en este caso los recuerdos fueron analizados no sólo en exactitud sino también en su riqueza fenomenológica. Sus resultados muestran que los sujetos recordaban con bastante precisión cómo se enteraron de los ataques, que tenían una gran confianza en sus memorias y que sus recuerdos tenían una gran riqueza fenomenológica (información sensorial y emocional fundamentalmente). Con el paso del tiempo disminuyeron las puntuaciones en exactitud, sin embargo se mantuvieron altas la confianza y la riqueza fenomenológica. En la misma dirección, Talarico y Rubin (2007) encuentran que las memorias vívidas no son más exactas que las memorias autobiográficas cotidianas a lo largo del tiempo, pero sí presentan características fenomenológicas diferentes; entre las que se encuentra la mayor confianza en la exactitud de las memorias vívidas incluso con el paso del tiempo o que la perspectiva de recuperación de campo se mantiene, lo que no ocurre con las memorias cotidianas.
Organización de las memorias autobiográficas
Los estudios empíricos muestran que las memorias autobiográficas se encuentran representadas a diferentes niveles de abstracción, desde representaciones específicas de hechos vívidos hasta representaciones sobre temas y metas que están asociados con un periodo de tiempo (Dijkstra y Kaup, 2005). La organización de los contenidos de la memoria autobiográfica es jerárquica. Las representaciones abstractas genéricas estarían en el nivel más elevado y los recuerdos específicos autobiográficos en el más profundo. Esta organización es fundamentalmente temática y por periodos temporales que marcan el curso de nuestra vida, de modo que las emociones juegan, también aquí, un papel básico en la organización de los recuerdos autobiográficos (Schulkind y Woldorf, 2005).
Los rasgos temporales son uno de los elementos de las memorias autobiográficas más importantes, junto con la emocionalidad, ya que constituyen una de las bases de conceptualización de la persona (Conway y cols., 1992; Schulkind y Woldorf, 2005). Así, uno de los aspectos temporales más estudiados de las memorias autobiográficas es la exactitud en el fechado de los sucesos (Janssen, Chessa y Murre, 2006); esto es, cuándo ha sucedido un hecho determinado. Sin embargo, la exactitud la hora e datar los sucesos autobiográficos no suele ser buena, incluso para hechos recordados como especialmente vívidos (Merckelbach, Smeets, Geraerts, Jelicic, Bouwen y Smeets, 2006). Tampoco parecen ser muy exactos los recuerdos a largo plazo del orden temporal de ocurrencia (Friedman, 2007). Diversos estudios (ver Conway, 1990) han mostrado que las fechas exactas sobre cuándo ocurrió un suceso no están almacenadas en la memoria, sino que son inferidas después del recuerdo. En general el fechado de los sucesos se produce mediante sucesos especialmente conocidos (por ejemplo la fecha de nacimiento, el día de licenciatura, cuando el hombre fue por primera vez a la luna, etc.), de forma que en algunos casos pueden conocerse las fechas exactas de ocurrencia de un hecho, aunque también puede llevar a importantes sesgos (Brown, Rips y Shevell, 1985). Sin embargo la estrategia de fechado depende de la antigüedad de los recuerdos. Janssen et al. (2006) en un estudio reciente encuentran que los sucesos fechados de forma absoluta (febrero de 2006) se recuerda de forma más exacta que los fechados de forma relativa (hace tres meses), y que los sujetos tienden a utilizar la primera forma de datación para hechos personales y recientes, mientras que tienden a utilizar el fechado relativo para hechos nuevos y remotos. Esta diferencia podría ser un indicador acerca de cómo evolucionan los recuerdos autobiográficos con el paso del tiempo.
Procesos de recuperación
Un elemento esencial de las memorias autobiográficas es cómo se recupera la información. En términos generales podemos distinguir dos tipos diferentes de recuperación (Jacoby y Dallas, 1981; Jones, 1982, 1987). Como hemos visto en el capítulo 3, según Jones (1982, 1987) el acceso a la información almacenada en la memoria puede producirse de forma automática mediante el acceso directo provocado por la activación de la información mediante los indicios apropiados. De forma que nos encontramos con que en ciertas ocasiones los recuerdos nos asaltan haciéndose conscientes sin que sepamos en ocasiones qué lo ha desencadenado. Pero además, puede recuperarse la información almacenada en nuestra memoria por una vía indirecta, mediante procesos conscientes y controlados similares a los implicados en las tareas de resolución de problemas y donde la información contextual juega un papel esencial (Davies y Thomson, 1988). El papel del contexto en esta última es la razón por la que algunos autores (Baddeley, 1992) plantean que la memoria autobiográfica implica únicamente procesos reconstructivos conscientes y controlados de memoria. En relación con los procesos controlados de memoria, Reiser y colaboradores (Reiser, Black y Abelson, 1985) proponen cuatro estrategias de recuperación basadas en información sobre actividades, metas, actores y referencias temporales, que tienen una gran relación con la organización de la información autobiográfica.
Por otra parte, en las memorias autobiográficas se muestran especialmente relevantes diversos procesos de control como son el ya mencionado de control del origen de los recuerdos (Johnson y Raye, 1981; Johnson, Hashtroudi y Lindsay, 1993), de control de ejecución que permite discriminar si un plan de acción se ha realizado ya (Koriat, Ben-Zur y Sheffer, 1988), y de sensación de saber que permite evaluar el rendimiento en tareas de recuperación de la memoria (Hart, 1965; Schacter, 1983), que describimos en el capítulo 4.
Perspectiva de recuperación
Los hechos autobiográficos además pueden recuperarse desde dos puntos de vista diferentes, desde una perspectiva de campo, cuando el sujeto recuerda el suceso desde su propia perspectiva, o desde una perspectiva de observador cuando los recuerda como si fuera una tercera persona, lo que le permite “verse” a sí mismo (Nigro y Neisser, 1983). Los datos encontrados por Nigro y Neisser les llevan a concluir que ambas perspectivas se dan en el recuerdo, si bien la perspectiva de observador puede producir recuerdos distorsionados, mientras que la perspectiva de campo produce mejores recuerdos ya que desde este punto de vista los sujetos se centrán en sus propios sentimientos durante el recuerdo. Los recuerdos autobiográficos recuperados desde una perspectiva de campo suelen caracterizarse por contener más información emocional, sensorial y sobre estados psicológicos que los recuperados desde una perspectiva de observador que suelen ser más descriptivos (McIsaac y Eich, 2002, 2004).
La primacía de una perspectiva u otra en la narración de hechos autobiográficos depende en gran medida del intervalo de retención, ya que los sujetos tienden a utilizar perspectivas de campo cuando recuperan hechos recientes (Talarico, LaBar y Rubin, 2004); y de la valencia emocional implicada en la memoria (D'Argembeau, Comblain y Van der Linden, 2003), ya que los hechos emocionales tienden a recordarse desde una perspectiva de campo más frecuentemente que los hechos emocionalmente neutros, aunque Robinson y Swanson (1993) encontraron que ambos tipos de hechos pueden recordarse desde una u otra perspectiva.
Además, se ha encontrado que la edad y algunas patologías afectan a la perspectiva de recuperación. Por ejemplo, estudios con sujetos depresivos (Williams y Moulds, 2007) muestran que tienden a recuperar sus recuerdos autobiográficos desde una perspectiva de observador, como les ocurre a las personas de más edad (Piolino, Desgranges, Clarys, Guillery-Girard, Taconnat, Isingrini y Eustache, 2006).
El olvido de los recuerdos autobiográficos
De acuerdo con lo visto hasta este momento (ver específicamente el capítulo 2 y 6), la primera matización que deberíamos hacer respecto al olvido es que resulta muy difícil establecer si realmente los recuerdos autobiográficos se olvidan o es más una cuestión de accesibilidad, lo que indicaría que con los indicios adecuados podrían recuperarse esa memoria aparentemente olvidada (Dijkstra y Kaup, 2005). La observación de los fenómenos cotidianos respecto a la memoria autobiográfica parecerían indicar que es esto último lo que podría suceder, no obstante no se puede negar el efecto que el paso del tiempo provoca sobre las memorias deteriorándolas en el sentido de distorsionarlas y debilitar tanto la fuerza de las huellas como la información contextual que la caracteriza y que llegado el momento podría contribuir a hacerlas inaccesibles. Por otro lado, parece ser que algunas memorias podrían ser víctimas de un olvido deliberado, como así lo muestran los estudios mediante la técnica del olvido dirigido (Joslyn y Oakes, 2005), o distorsionadas en función de los deseos de los sujetos (Gordon, Franklin y Beck, 2005), o los estados emocionales y la personalidad (Rubin y Siegler, 2004). Aunque el principal factor de distorsión de la memoria autobiográfica es la reconstrucción de las huellas de memoria que se produce por efecto de las múltiples recuperaciones y la imaginación (Mazzoni y Memon, 2003).
No obstante, otros factores influyen en el deterioro temporal de las memorias autobiográficas. En términos generales se puede decir que los hechos recientes se recuerdan mejor que los más remotos. Por otro lado, la distintividad de los hechos es otro factor determinante, ya que cuando son rutinarios se olvidan rápidamente a causa de la interferencia que sobre su codificación pueden tener sucesos similares. Así, la naturaleza de los recuerdos y la estructura temporal desde que ocurrió el hecho autobiográfico pueden determinar la accesibilidad de un recuerdo y la inferencia de la fecha en que tuvo lugar. Otras variables que afectan a la exactitud de las memorias autobiográficas han sido estudiadas en el marco de la Psicología del Testimonio que se analizan en el capítulo siguiente.
Los recuerdos autobiográficos en personas de avanzada edad.
Un aspecto especial del desarrollo de la memoria autobiográfica y muy relacionada con aspectos temporales son los recuerdos autobiográficos infantiles (sobre los que nos ocuparemos en el capítulo 9).
Pero no resulta menos interesante la memoria autobiográfica al otro extremo de la vida, donde nos encontramos con que a partir de cierta edad se produce un incremento en la recuperación de hechos autobiográficos (Piolino, Desgranges, Clarys, Guillery-Girard, Taconnat, Isingrini y Eustache, 2006). Este hecho se ha explicado por la importancia que se le concede a las memorias autobiográficas en el mantenimiento y desarrollo del concepto de persona (Mather, 2004). En los ancianos suelen producirse procesos de revisión de su vida, que tendría como función proporcionar un sentido a su vida reduciendo los niveles de estrés y déficit afectivos relacionados con problemas existenciales que frecuentemente sufren las personas de edad avanzada. Sin embargo, este hecho contrasta con las evidencias que muestran que los ancianos presentan déficit en la memoria episódica (Dixon, Wahlin, Maitland, Hultsch, Hertzog y Bäckman, 2004), y sufren más frecuentemente el efecto de tenerlo en la punta de la lengua (Burke, Worthley y Martin, 1988) que aparece cuando se fracasa en el acceso a información disponible en la memoria (suele ocurrir frecuentemente con nombres) aun cuando es posible recuperar información accesoria relacionada (inicial, número de sílabas, con qué rima, etc.). No obstante, estudios realizados con ancianos, a quienes se les preguntó por un suceso tan remoto como la II Guerra Mundial, mostraron que fueron bastante exactos en sus descripciones, aún cuando sus puntuaciones en pruebas de memoria a corto plazo no lo predecían (Berntsen y Thomsen, 2005). Aunque la calidad de sus recuerdos disminuye, incrementándose las respuestas de conocer y la perspectiva de observador, y decreciendo las respuestas de recordar y la perspectiva de campo; es decir, sus recuerdos se hacen más semánticos al perder los rasgos fundamentales de la memoria episódica (Piolino y cols., 2006).
En resumen, podríamos afirmar que la memoria autobiográfica en las personas jóvenes tienen unas características diferentes a las de las personas de más edad (Comblain, D'Argembeau y Van der Linden, 2005; Dijkstra y Kaup, 2005; Schulkind y Woldorf, 2005).
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Manzanero, A.L. (2008): La memoria autobiográfica. En A.L. Manzanero, Psicología del Testimonio (pág. 91-101). Madrid: Ed. Pirámide.
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