Daniel Mediavilla
25 JUL 2018
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Hay gente que dice recordar el momento de dar sus primeros pasos o cómo estaba en la cuna con los pañales puestos. En un estudio reciente con más de 6.500 participantes publicado en la revista Psychological Science, el 40% tenía memorias de este tipo, que corresponderían a bebés de uno o dos años. Sin embargo, los estudios que han tratado de determinar cuándo se forman las primeras memorias autobiográficas que perduran hasta la edad adulta concluyen que no lo hacen antes de los tres o los cuatro años. Algunos estudios consideran incluso que esos recuerdos son más bien fragmentos y para hablar de algo parecido a una memoria completa habría que esperar a los cinco o seis años de edad.
Eso no quiere decir que los niños no acumulen recuerdos. Algunos investigadores han observado cómo una persona de seis años puede recordar algo que sucedió alrededor de su primer cumpleaños, pero a partir de una cierta edad, probablemente debido a cambios durante distintas fases del desarrollo cerebral, esas memorias desaparecen y no se pueden recuperar al llegar a la adolescencia. Este fenómeno es lo que se ha bautizado como amnesia infantil. Los recuerdos que perduran suelen formarse a partir de los tres o los cuatro años, cuando los niños comienzan a contar historias sobre sus propias vidas, algo que sugiere que esas memorias están relacionadas con la capacidad para utilizar el lenguaje.
En el trabajo que se publica en Psychological Science, investigadores de la Universidad de la City de Londres trataron de explicar el origen de estas memorias ficticias. Como han mostrado en muchas ocasiones los estudiosos de la memoria, esta capacidad se parece poco a un sistema de grabación que recoge la realidad y más a la construcción de un relato que nos ayuda a tener una identidad con la que adaptarnos mejor a la vida.
Respecto a los recuerdos infantiles que nunca existieron, los investigadores creen que se generan por diversos motivos. Por un lado, hay memorias sobre cosas que sucedieron en un momento determinado a las que después se clasifica en un periodo de tiempo anterior. Por otro, en ocasiones se mezclan recuerdos vagos de una etapa temprana de la vida con datos o anécdotas que se han escuchado después. Todo junto, con el tiempo, acaba componiendo una representación mental que se acaba experimentando como si fuese una memoria de algo que sucedió en un momento concreto. Los investigadores observaron que este fenómeno era más común a partir de la mediana edad y plantean que esas personas pueden haber generado esos recuerdos porque han tenido más oportunidades de revivir su pasado y, en ese proceso, reescribirlo.
Martin Conway, director del Centro para la Memoria y la Ley de la Universidad de la City de Londres y autor principal del estudio, apunta que este tipo de memorias ficticias puede tener “una explicación adaptativa”. “Cuando somos adultos, tener una historia personal consistente y positiva puede ayudar a tener una buena imagen de uno mismo y a mejorar nuestra relación con los demás”, señala. La persona que construye estas memorias ficticias no lo hace de manera consciente. “Alguien puede hacer escuchado que su madre tenía un cochecito verde, después esta persona imagina qué aspecto podría tener y al cabo del tiempo se va formando una memoria a la que la persona acaba añadiendo nuevos elementos, como los juguetes que podría ver tumbado en ese carrito”, continúa. Todos estos recuerdos acaban por parecer reales para la persona que los evoca.
Estudios como el liderado por Conway advierten una vez más del relativo escepticismo con que debemos acercarnos a nuestras propias memorias. En algunos experimentos clásicos, como los realizados por la investigadora de la Universidad de California en Irvine Elisabeth Loftus, se ha mostrado cómo es posible insertar memorias falsas en una persona. En algunos de ellos, hasta un 16% dijo haber presenciado posesiones demoniacas y un 30% recordó haberse encontrado en Disneyland con Bugs Bunny, un personaje de la Warner, que además estaba drogado y les chupó las orejas.
Otros trabajos han observado también la influencia de la cultura en el tipo de recuerdos que elegimos recuperar de nuestra infancia. Entre los europeos o norteamericanos, por ejemplo, las personas se suelen recordar a sí mismas con más frecuencia como participantes activos en sus primeras memorias mientras los asiáticos o las personas de oriente medio se sitúan habitualmente como observadores. Una vez más, la cultura y lo que consideramos más apropiado para nuestra identidad adapta la realidad que vivimos para construir las memorias más útiles para cada uno.
Durante la infancia se construyen memorias que después desaparecen Photo by Joseph Rosales on Unsplash |
Hay gente que dice recordar el momento de dar sus primeros pasos o cómo estaba en la cuna con los pañales puestos. En un estudio reciente con más de 6.500 participantes publicado en la revista Psychological Science, el 40% tenía memorias de este tipo, que corresponderían a bebés de uno o dos años. Sin embargo, los estudios que han tratado de determinar cuándo se forman las primeras memorias autobiográficas que perduran hasta la edad adulta concluyen que no lo hacen antes de los tres o los cuatro años. Algunos estudios consideran incluso que esos recuerdos son más bien fragmentos y para hablar de algo parecido a una memoria completa habría que esperar a los cinco o seis años de edad.
Eso no quiere decir que los niños no acumulen recuerdos. Algunos investigadores han observado cómo una persona de seis años puede recordar algo que sucedió alrededor de su primer cumpleaños, pero a partir de una cierta edad, probablemente debido a cambios durante distintas fases del desarrollo cerebral, esas memorias desaparecen y no se pueden recuperar al llegar a la adolescencia. Este fenómeno es lo que se ha bautizado como amnesia infantil. Los recuerdos que perduran suelen formarse a partir de los tres o los cuatro años, cuando los niños comienzan a contar historias sobre sus propias vidas, algo que sugiere que esas memorias están relacionadas con la capacidad para utilizar el lenguaje.
En el trabajo que se publica en Psychological Science, investigadores de la Universidad de la City de Londres trataron de explicar el origen de estas memorias ficticias. Como han mostrado en muchas ocasiones los estudiosos de la memoria, esta capacidad se parece poco a un sistema de grabación que recoge la realidad y más a la construcción de un relato que nos ayuda a tener una identidad con la que adaptarnos mejor a la vida.
Respecto a los recuerdos infantiles que nunca existieron, los investigadores creen que se generan por diversos motivos. Por un lado, hay memorias sobre cosas que sucedieron en un momento determinado a las que después se clasifica en un periodo de tiempo anterior. Por otro, en ocasiones se mezclan recuerdos vagos de una etapa temprana de la vida con datos o anécdotas que se han escuchado después. Todo junto, con el tiempo, acaba componiendo una representación mental que se acaba experimentando como si fuese una memoria de algo que sucedió en un momento concreto. Los investigadores observaron que este fenómeno era más común a partir de la mediana edad y plantean que esas personas pueden haber generado esos recuerdos porque han tenido más oportunidades de revivir su pasado y, en ese proceso, reescribirlo.
Martin Conway, director del Centro para la Memoria y la Ley de la Universidad de la City de Londres y autor principal del estudio, apunta que este tipo de memorias ficticias puede tener “una explicación adaptativa”. “Cuando somos adultos, tener una historia personal consistente y positiva puede ayudar a tener una buena imagen de uno mismo y a mejorar nuestra relación con los demás”, señala. La persona que construye estas memorias ficticias no lo hace de manera consciente. “Alguien puede hacer escuchado que su madre tenía un cochecito verde, después esta persona imagina qué aspecto podría tener y al cabo del tiempo se va formando una memoria a la que la persona acaba añadiendo nuevos elementos, como los juguetes que podría ver tumbado en ese carrito”, continúa. Todos estos recuerdos acaban por parecer reales para la persona que los evoca.
Estudios como el liderado por Conway advierten una vez más del relativo escepticismo con que debemos acercarnos a nuestras propias memorias. En algunos experimentos clásicos, como los realizados por la investigadora de la Universidad de California en Irvine Elisabeth Loftus, se ha mostrado cómo es posible insertar memorias falsas en una persona. En algunos de ellos, hasta un 16% dijo haber presenciado posesiones demoniacas y un 30% recordó haberse encontrado en Disneyland con Bugs Bunny, un personaje de la Warner, que además estaba drogado y les chupó las orejas.
Otros trabajos han observado también la influencia de la cultura en el tipo de recuerdos que elegimos recuperar de nuestra infancia. Entre los europeos o norteamericanos, por ejemplo, las personas se suelen recordar a sí mismas con más frecuencia como participantes activos en sus primeras memorias mientras los asiáticos o las personas de oriente medio se sitúan habitualmente como observadores. Una vez más, la cultura y lo que consideramos más apropiado para nuestra identidad adapta la realidad que vivimos para construir las memorias más útiles para cada uno.